Es para mi el más importante de éso que llamamos valores. Es lo que convierte en real cualquier otro valor. Sin coherencia no hay realidad. Sin coherencia no hay respeto, ni por uno mismo (si no soy coherente con lo que pienso o siento) ni por los demás (si en el caso de una organización, digo que soy algo que después no soy o quiero dar una imagen que poco tiene que ver con lo que en realidad hay).
Sin coherencia no es posible ni ser feliz ni tener un verdadero éxito. Puedo llenar un estadio de fútbol de gente que venga a escucharme que si en realidad no estoy siendo coherente en alguna área de mi vida, algo en mí sabrá, aunque sea muy hábil en auto-ocultármelo, que me estoy engañando y engañando a los demás.
La falta de coherencia también me muestra de manera constante y explícita (aunque repito, nuestra capacidad de auto-ocultarnos la verdad es pasmosa) que no he aprendido, que no me ha servido, que en realidad aquello de lo que me abandero o invierto muchos recursos en obtener, no me está sirviendo.
Tenemos ejemplos de falta de coherencia por doquier. Desde la entidad bancaria que presume de haber recibido un premio de mejor atención al cliente y después da un servicio más que patético en una gestión básica, hasta el meditador que lleva 25 años dedicando horas diarias a adquirir un nuevo estadio y después en su vida del día a día no demuestra con hechos algún verdadero cambio que proponga algo distinto.
Esta dificultad en ser coherente radica en que es «algo» que se aplica en todo momento y situación. Son nuevos tiempos. Los maestros ya no son aquellos que enseñan algo que saben a los que no saben. Maestros somos todos porqué todos estamos enseñando al mundo continuamente lo que mostramos con nuestros actos: al subir al bus, en la compra del super, al volante, cuando viajamos, al escuchar a un amigo, al reaccionar ante un conflicto vecinal…en como miramos a la tierra, en como la tratamos, al comer, hablar, etc, etc…la coherencia o en su defecto incoherencia se manifiesta continuamente y en cualquier lugar en el que estemos actuando.
En ésto radica su máxima importancia. Al final la coherencia es también un marcador. Un marcador que yo mism@ puedo observar de la aplicación de mis aprendizajes o experiencias. Para ver en quien me voy convirtiendo y comprobar si estoy haciendo un verdadero aprovechamiento de mi bagaje o no.
Sentirte coherente es un privilegio que crece en cuanto recibes internamente las mieles de aplicarlo. Cuando vas perdiendo ese miedo absurdo que te lleva a creer que si eres coherente no se te va a entender o no te va a ir bien. Paparruchas. Al igual que cuando hablé del marketing invisible de la honestidad, la coherencia es más poderosa todavía. Se percibe, se siente y nos gusta. Cuando se encuentra una persona coherente, que traslada eso con lo que conecta a todas las áreas de su vida, que es de una misma forma y aplica unos mismos parámetros en todo momento, agrada. Ese es el efecto del maestro que enseña algo bueno. Enseña coherencia por doquier en tu vida y recibirás como mínimo el reposo de las miradas ajenas como algo bueno. Si, compañer@s, finalmente la co-herencia, en la herencia de algo bueno, profundo y sincero. No se exactamente de quien hemos heredado ésto, lo que si se es que transmite confianza y bienestar. Un hurra pues por la coherencia!